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segunda-feira, 17 de outubro de 2016

Espacio Interior – Eckhart Tolle


Espacio Interior – Eckhart Tolle
17 de Junio de 2013

“Cuando la conciencia ya no está más absorbida por el pensamiento, parte de ella permanece en su estado original, no condicionado, sin forma. Ese estado es el espacio interior”.
La vida de la mayoría de las personas es un amontonado  desordenado de cosas: materiales, tareas por hacer, cuestiones sobre las que pensar. Ese tipo de vida es similar a la historia de la Humanidad, definida por Churchill, como “una maldita cosa después de otra”.

La mente de esas personas es ocupada por un enmarañado de pensamientos, uno después del otro. Esa es la dimensión de la conciencia de los objetos que es la realidad predominante de un gran número de individuos – y es por eso que sus vidas es tan confusa. Esa conciencia necesita ser equilibrada por la conciencia del espacio para que la lucidez vuelva a nuestro planeta y la Humanidad cumpla su destino. El surgimiento de la conciencia del espacio es el próximo escalón de la evolución de nuestra especie.


El sentido de la conciencia del espacio es que, afuera el hecho de que estamos conscientes de las cosas – que siempre se resumen a preocupaciones, pensamientos y emociones – existe un estado subyacente de atención. Eso significa que tenemos conciencia, no solo de las cosas (objetos), pero también del hecho de que estamos conscientes. Es lo que ocurre cuando somos capaces de sentir el silencio interior siempre alerta en lo más hondo, mientras los eventos suceden en primer plano. Esa dimensión está siempre presente en todos nosotros. Sin embargo, para la mayoría de las personas, ella pasa totalmente desapercibida.  A veces yo la señalo de la siguiente forma: “Usted es capaz de sentir su propia presencia?”

Cuando no estamos completamente identificados con las formas, la conciencia – quien somos – se libra de su prisión en la forma. Esa libertad es el surgimiento del espacio interior. Este llega como un estado de silencio y calma, una paz muy sutil arraigada dentro de nosotros, incluso frente a algo que parece malo. De repente existe espacio alrededor del evento. También hay espacio alrededor de los altibajos emocionales, incluso en el dolor mismo. Y sobre todo existe espacio entre nuestros pensamientos. De ese espacio emana una paz que no es “de este mundo”, porque este mundo es forma, mientras que la paz y el espacio son de Dios.

De ese modo, podemos disfrutar e apreciar las cosas y los eventos sin atribuirles una importancia que no tienen. Estamos en condiciones de participar del baile de la creación y de ser activos sin aferrarnos al resultado e sin imponer exigencias poco razonables en relación al mundo como “compláceme”, “hazme feliz”, “hazme sentir más seguro”, “dime quien soy”.
El mundo no puede brindarnos nada de eso y cuando dejamos de tener esas expectativas, todo el sufrimiento que nosotros mismos creamos, se termina.
Todo ese dolor es debido al valor exagerado de la forma y a la falta de conciencia  de la dimensión del espacio interior.

Cuando esa dimensión está presente en nuestra vida, podemos aprovechar las cosas, las experiencias y los placeres sensoriales sin perdernos en ellos, sin aferrarnos interiormente a nada de ello, es decir, sin que nos viciemos en el mundo.

Siempre que la dimensión del espacio se pierde, es conocido. Las cosas asumen una importancia absoluta, una seriedad y un peso que en verdad no tienen. Siempre que el mundo no es visto desde la perspectiva de lo que no tiene forma, de la dimensión de la conciencia, él se vuelve un lugar amenazador y en última instancia, de desespero. (…)

Podemos descubrir el espacio interior creando vacíos en el flujo del pensamiento. Sin ellos el pensamiento se vuelve repetitivo, desprovisto de inspiración, sin llama creativa alguna – y es así que él es para la mayoría de las personas.
No necesitamos preocuparnos con la duración de esas omisiones; algunos segundos bastan.
Poco a poco ellos irán aumentando por sí mismos, sin ningún esfuerzo de nuestra parte. Pero más importante que hacer que sean largos, es crearlos con frecuencia, para que nuestras actividades diarias y nuestro flujo de pensamientos sean entremezclados con espacios de silencio e paz”.
Eckhart Tolle en: “En Comunión con la Vida”

Imaginen una sala llena de personas paradas.
La sala está llena y después de algunos minutos esas personas empiezan a salir por una única puerta. Saldrán en fila, caminando. En pocos minutos la sala estará vacía, en completo silencio.
Nuestra mente es así.
Una sala vacía. Puro espacio.
Los pensamientos son como las personas, llenan la mente, llenan aquel espacio que ya existía. Pero a pesar de las personas, esa sala permanece del mismo tamaño, el espacio permanece allí, intocable. Él acoge a las personas que entran y salen y el espacio sigue igual. Las personas son pensamientos, emociones, eventos, objetos, sensaciones; el espacio donde todo sucede es la Conciencia pura, que acoge y observa.
Lo que Eckhart Tolle nos señala en este bello texto es eso. Entrar en contacto no solo con las “personas-pensamiento”, que llenan nuestra sala de la mente, pero en contacto con el propio espacio original, perpetuo de la consciencia, donde todos los pensamientos, emociones, experiencias, sensaciones son acogidas; acogidos, disfrutados, experimentados sí, pero sin fijación alguna, ya que ellos son puro flujo y suceden en este espacio puro e eterno de la conciencia que no es una cosa, pero donde todas las “cosas” suceden. Este espacio de la Conciencia es lo que somos, verdaderamente. Y el amor es la mayor prueba de esa verdad…

El amor es la pura y simple capacidad de acoger e integrar sin juzgar…también es puro espacio…

La meditación nos ayuda a descubrir todo eso en la práctica y transforma de una vez por todas, nuestra manera de vivir y de tratar con la vida y sus eventos;  no nos dejemos engañar por los eventos pasajeros que suceden…ellos pasan, en el espacio puro, brillante y consciente que nosotros SOMOS…
Namaste.

Lilian

traducción: Lúcia

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